lunes, 23 de mayo de 2011

Esto se acaba...

Algo que se acaba y algo que empezará. Otra fase a la que pongo final en mi vida sin saber exactamente lo que me depara el futuro, aún no sé qué será de mi vida ni en tres meses, pero sí lo que pasará en una semana: me voy de Valencia. Punto y final. Tras dos años de andadura en la ciudad del Túria, no logré mi objetivo: ser doctora; pero me llevo un montón de amigos, una experiencia "laboral" que me está abriendo puertas y lo que es más importante, me llevo al amor de mi vida.
Por una parte me da pena y me da pereza, meter tu vida en una serie de cajas es algo casi nostálgico. Sé que voy a echar a mis amig@s de menos (aunque como siempre se dice, nos veremos poco pero os llevaré en el corazón), extrañaré a la que ha sido mi primera casita (aunque es de alquiler, hemos creado un lindo hogar), los 3 quintos a un 1€ (esas noches en el pheno), y sé que me va a costar estar otra vez en mi casa de toda la vida, con mi amor lejos en la suya, viéndonos no tanto como acostumbramos y como yo desearía. Echaré de menos el mar, la temperatura suave de la primavera y el invierno. Incluso a los gatos de mi tejado los voy a echar de menos. Sin embargo, entiendo que es el momento de partir, que mi tiempo aquí se ha terminado. Que llega una nueva época de cambios, porque me he llegado a sentir enjaulada aquí como hace un par de años cuando llegaba y esto era el pulmón que me hizo respirar de nuevo. Ahora abro las fronteras, me marcharé al extranjero, a enriquecerme como persona y como profesional. Deseadme suerte, pues mi nuevo camino empieza (casi) ya. Y no sabéis las ganas que tengo, pese al sentimiento agridulce de dejar aquí a quienes quiero y el miedo y curiosidad por afrontar lo que está por venir. Es increíble. Me ilusiona. Nuevamente, vuelvo a ir a por todas.


martes, 22 de marzo de 2011

Idiotas

Idiotas. Es la palabra que retumba violentamente en mi cráneo. Somos idiotas los seres humanos. Hacemos daño a nuestros semejantes con el único fin de... ni siquiera sé cuál es ese fin. Nos mueven sentimientos de rabia, de odio, de prepotencia, de tristeza que lo único que consiguen es que saquemos nuestra cara más fea y la mostremos a aquellos a quienes más amamos. ¡Pero qué idiotas! ¡Qué manera de desgastarnos los unos a los otros rompiendo cosas tan hermosas como el vínculo que nos une a alguien! Me da tanta rabia, no os hacéis una idea de cuánta. Reflexiono en soledad y miro hacia el pasado. Recuerdo situaciones que viví movida por una espiral de sentimientos que me vapuleaban de un lado para otro sin permitirme pensar con claridad y saber qué es lo que estaba haciendo. Recuerdo con dolor en lo más profundo de mi alma el daño que he hecho a tantas personas, las consecuencias que mis actos me están trayendo... Qué tontos somos, de verdad. Cuando uno se queda solo se da cuenta de todas estas cosas y yo, personalmente, hay demasiadas cosas que hice que no entiendo. ¿Qué fue lo que me movió para escribir aquel mensaje cargado de ira y luego tener el valor de enviarlo? ¿Qué fue lo que hizo que dijera aquellas palabras de doble filo siendo consciente del daño que podrían causar? ¿Por qué somos así? Hay quien dice que no se arrepiente de nada de lo que ha hecho a lo largo de su vida; bueno, pues yo sí. Yo sí que me arrepiento de haber causado sufrimiento y haber provocado a ira a la gente que amo. Sí, me arrepiento. Así que desde mi buhardilla hoy le quiero dar las gracias a todos aquellos que me queréis, a todos aquellos que me habéis soportado en momentos de crisis y quiero pedir perdón a todo aquél al que en algún momento haya podido ocasionarle el mínimo dolor. Lo siento, de verdad. Sólo espero que no sea demasiado tarde.

lunes, 7 de febrero de 2011

De las paradojas, de las lágrimas perdidas, de las prioridades.

Qué malo es pensar, y que esos pensamientos hagan que a veces me sienta en el limbo. En el limbo de los sentimientos, atrapada en un extraño vacío que me deja un peculiar sabor de boca del no saber qué hacer o cómo reaccionar. Cuántas veces anhelo haber nacido con la capacidad de desconectar los sentimientos y aislarme del mundo y de todo lo que hace daño cuando no soportara más. Cuando hay uno de esos días para olvidar sin duda alguna. Cuando sientes un desgarrador dolor al estar cerca de la persona que amas y a la vez sentirla a miles de kilómetros de distancia o, más en concreto, sentirte al lado de un desconocido. Cuando sientes que no vales nada, que no importas nada, que hagas lo que hagas, nada va a surtir efecto y, si llegase a surtir alguno, siempre sería para peor. Cuando sientes que hablas pero que tus palabras son mudas e ineficaces. Que nadie te oye, que nadie te ve, casi podría decirse que ni existes. Amargo sentimiento el del desconsuelo, el de no saber a quién recurrir, el más aterrador sentimiento de impotencia y soledad ante la situación dada. El sentimiento de sufrir la indiferencia de la persona a la que oyes respirar a tan sólo un metro de distancia, dos, a lo sumo. Y tus lágrimas caen al oscuro infinito, como siempre jugando titilantes en la punta de tu nariz, y a nadie le importa. Cuando son articuladas por una boca deliciosa palabras frías como el témpano que te atraviesan el corazón. Y es cuando te planteas la importancia del momento… y de las prioridades. De la maldita convivencia que a veces no parece otra cosa que un infierno que te abrasa y te tortura sin una triste escapatoria. Y agonizas en la espera, deseando que se acerque a ti como para demostrarte que sí que te quiere o le importas y no hay respuesta. Que al final quien tiene que dar el primer paso del acercamiento eres tú, pese a que apenas tienes fuerza ni para sostener tu propio peso y la cama en la que te has cobijado no es sino una maraña de tela que te atrapa y te asfixia y no te da el consuelo del descanso y del sueño que has ido buscando. Lo odio. Odio pensar en estas cosas. Odio tener sentimientos. Odio ser tan sensible a ellos. Que todo lo que me rodea me haga sentir al más leve movimiento un dolor punzante que me atraviesa como un puñal las entrañas. Y estos pensamientos me paralizan. No sé qué hacer. Si dar un paso adelante o un paso atrás. Si abrir la boca otra vez, o permanecer en silencio esperando el momento final o el momento siguiente, no lo sé.

Y cuando menos lo esperas, cuando has ido a buscar refugio en los brazos de aquél que te hiere, esa persona responde y te sientes aliviada. ¿Cómo es posible eso? ¿Cómo encontrar descanso en el pecho del que ha herido el tuyo propio? No lo sé, no entiendo nada. Y al día siguiente nada, salvo tus ojos hinchados por llorar con amargura durante horas, hace sospechar que ayer fue un día que te gustaría rebobinar para rehacerlo de nuevo o dejarlo caer en el abismo del olvido para siempre. Todo parece igual que siempre, sólo que más tranquilo. Tú aún abatida y él tratándote con ternura. Maldita paradoja. Llena de ellas está la puta vida.