martes, 16 de noviembre de 2010

[@work16/11/10]

Tumbada sobre el césped fresco de la mañana, dejo que las briznas de hierba me hagan cosquillas en los pies. Es una sensación realmente agradable. Me siento desconectada del mundanal ruido y el olor a rocío acaricia mis sentidos. Sintiéndome libre de todo y de todos, dejo volar mi imaginación cuando lo que me rodea no hace otra cosa que agobiarme y, mentalmente, me dibujo [en esta ocasión] echada sobre el verde de un prado en las montañas, lejos de toda civilización apabullante. ¿Una de tantas vía de escape? Es posible, pero no encuentro nada más relajante que imaginarme en uno de estos lugares de mi infancia donde no tenía preocupaciones de ningún tipo. A veces me pregunto qué sería del ser humano sin tener la capacidad de evadirse con el simple hecho de cerrar los ojos y evocar algún lugar mejor; o peor aún, sin tener la capacidad de soñar. Ya sé que soy mayor (o que ya es hora de serlo), mi día a día me lo recuerda constantemente, pero me niego en rotundo a renunciar a tener pensamientos tontos [¿o no tan tontos?] de niña pequeña, tal como desear que los reyes magos me traigan una muñeca; o por ejemplo, imaginar que algún día cumpliré el [repetido] sueño de desplegar los brazos, y volar muy muy alto acariciando a mi paso las nubes de algodón. Y tú, ¿has renunciado a soñar o por el contrario estás de acuerdo con la frase de aquel loco escritor que dijo... "Somos del mismo material del que se tejen los sueños, nuestra pequeña vida está rodeada de sueños."?

1 comentario:

Ricardette dijo...

Los que vivimos una infancia rica en cariño jamás la olvidamos.La carcasa envejece,pero el corazón ha de permanecer inocente y soñador,aún cuando la vida nos trate mal.Como siempre,una entrada que me alegra el día.Gracias.

Un besito!!