lunes, 26 de abril de 2010

El universo de lo humano

Las planetas, las estrellas, los soles, las galaxias... Desde tiempos inmemoriales el hombre ha escudriñado los Cielos para lograr comprender cómo es que nos posamos en la superficie de la Tierra y los habitantes que están en la parte de abajo no caen hacia el infinito o los que viven por la mitad no resbalan; para comprender el cambio de posición de las estrellas en el firmamento según la época del año o cuál es la trayectoria de los planetas; desmadejar, en conclusión, la maraña de reglas de la física que gobierna el Universo. Desde aquellos filósofos como Ptolomeo o Aristarco y anteriores, hasta las teorías actuales que afirman que todo proviene de una gran explosión, lo cierto es que, básicamente, el Universo se ha regido por las mismas leyes físicas, constantes a lo largo de su extensión e historia, y que la fuerza dominante en distancias entre todos los cuerpos es la gravedad, como dicta la ley de Isaac Newton. Pero es la capacidad del ser humano más maravillosa que cualquier ley que exista en el Universo, la capacidad de haber encontrado estas teorías que definen aquéllo que, en esencia, es infinito; que al completo una mente humana no puede abarcar. Es maravilloso el ser humano, capaz de racionalizar todos estos abstractos conceptos, capaz de, por ejemplo, salir fuera de la Tierra con ayuda de complejos artefactos y hacer caber en una fotografía, la magnanimidad del Sol que nos proporciona luz y calor o enviar una sonda a otro planeta y analizar qué componentes tiene su superficie. Increíble es, por tanto, el Cosmos, que engloba toda forma existente de materia y energía y sus interacciones, así como [y que no se nos olvide] la aptitud de la raza humana para desglosar y comprender todo lo comprendido hasta ahora y lo que queda por venir. Así es, el principio de lo más universal comienza en lo maravilloso de lo complejo del ser humano.

sábado, 24 de abril de 2010

De lo pequeño y lo invisible.

Algunas mañanas cuando salgo rumbo a mi trabajo, me pregunto si no seremos nosotros seres minúsculos observados a través de la lente de un potente microscopio, o si nuestro universo no permanece enganchado al suave pétalo de una flor, como aquellos chiquitines que vivían en la mota de polvo custodiada por un elefante con un prodigioso oído. Cada día me sumerjo en mundos inapreciables para la vista del ser humano. Mundos llenos de vida y de color, de crecimiento y de muerte continua, de actividad energética brutal, aunque a nuestros ojos despreciable. Mi herramienta básica de trabajo es un microscopio profesional con cabeza triocular con torreta y conmutador de tres posiciones para diferentes observaciones. Todo un prestigioso y caro utensilio de la ciencia. Recuerdo siempre haber estado enamorada de la vida y de las reglas naturales que la rigen, aunque todavía nos queden tantas de ellas por descifrar... Y pese a ello, me fascina el hecho de que el ser humano haya logrado, por ejemplo, implantar vida en el útero de una mujer sin facultades naturales para lograrlo por sí misma. Esta mañana me senté en mi mesa de trabajo como siempre hago. Me ajusté los guantes de látex y, en el portaobjetos, preparé unas muestras que acababan de llegar a la clínica dispuesta a bucear en lo que esa pequeña gota me ofrecía. Acerqué mis ojos a los oculares y ahí empezó mi viaje. Ajusté el revólver al aumento de 2500x y entonces la vi. La célula. Con este aumento seleccionado, empecé a distinguir distintos orgánulos de ella: ahí estaba el núcleo, esférico y casi en el centro, y, a su alrededor el citoplasma lleno de estructuras fibrosas, tubos, canales, sacos, pequeñas partículas... Estupefacta, me doy cuenta de que estoy observando de cerca al principio de todo ser vivo, al punto de inicio de cualquier ente con vida. Creo que ése fue el motivo principal (aunque puedan existir otros) por el que elegí ser doctora en medicina, porque como dijo un viejo poeta, lo esencial es invisible a los ojos.

miércoles, 21 de abril de 2010

Cuando se apaga la luz...

... y la oscuridad me envuelve, desaparecen mis sentidos casi por completo, se agolpan en mi cabeza las imágenes del día, se intensifican las sensaciones, y salen a flote los recuerdos. Es cuando la vista pasa a un segundo plano, tomando protagonismo las imágenes que mi mente me envía y, en ocasiones, me siento casi capaz de poder tocar la composición que creo "ver". A veces viejos recuerdos olvidados afloran y me encogen el corazón, invadiéndome una angustiosa sensación de pena e incluso dejo escapar alguna lagrimilla... En otras ocasiones, me giro en la cama hacia mi compañero y lo respiro y lo acaricio, sintiendo en mi vientre un agradable cosquilleo... Hay de todo un poco, como siempre. Anoche me vino a la mente mi perrito, que murió hace casi un año y me di cuenta de cuánto le echo de menos todavía... Entonces, sintiendo las lágrimas de tristeza recorrer con presteza mi cuello, busqué refugio en la espalda de Rodrigo y al sentir su pausado ritmo al tomar y expulsar el aire, me quedé dormida.

Cuando se apaga la luz nace un mundo paralelo que, aunque es muy muy pequeñito, lo que me hace sentir muchas veces tanto para bien como para mal es, me arriesgaría a decir, [casi] mágico.




martes, 13 de abril de 2010

Al compás del tiempo

Corre el tiempo, ¡vuela!, parece imposible atraparlo. Sin darme cuenta se me escurre entre los dedos de las manos, se me escapa para no regresar jamás. Y sigue dejando huellas a su paso y no ceja en su empeño por avanzar sin darme un mísero respiro. Ya sea contigo o sin ti, el tiempo continúa incesante su marcha al frente, como esos soldados que encabezan el frente de batalla y no miran atrás... Pero, pese a todo ello, y por mucho que el tiempo vuele, he aprendido a seguir su ritmo y paladear hasta el más ínfimo instante que me brinda; que por mucho que corra, la vida sabe bien si sabes cómo afrontarla, es delicioso disfrutar de esos momentos que llegan y se van para no volver nunca más. De nosotros, en parte, depende el buen o mal sabor de boca que te deje cada situación, cada pequeña porción de tiempo. De nosotros y de nadie más depende la decisión de qué camino tomar para alcanzar nuestras metas e incluso, de cómo llegar hasta ellas...

Hace casi un año me encontraba desorientada y perdida en el camino. Hace casi un año todo parecía desmoronarse sin remedio. Hace casi un año tomé una decisión prácticamente a ciegas que me ha traído gradualmente hasta una de las mejores etapas de mi vida... Y aunque parece que ahora mismo la vida no sólo me sonríe, sino que me brinda una de las mejores sonrisas que hasta el momento me ha mostrado, si he llegado hasta aquí ha sido gracias a no rendirme en los peores momentos, a sacar valor de donde no lo había, gracias a esas personas que no me han dejado sola y gracias a aquéllas que han aparecido poco a poco; pero sobre todo el no darse por vencido en los momentos críticos y sacar fuerzas del mismísimo vacío que te rodea es lo esencial, es lo que te impulsa adelante, es la energía que te empuja desde no sabes dónde, pero que te hace revivir y provoca que eches a volar una vez más desplegando tus alas con todo su esplendor y fuerza.

Que se escape el tiempo si quiere, que siga adelante a la velocidad que desee, más deprisa o más despacio. He aprendido a bailar a su ritmo, a disfrutar de cada instante que atravieso, a batir las alas al compás de su latido.